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Carta del Sr. Arzobispo

Homilía en la inauguración del curso en el CET 26/09/2012

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Queridos hermanos y hermanas:

(Lecturas de Pentecostés)

Comienzo mi homilía dando gracias a Dios, que nos permite un año más inaugurar el curso académico de nuestro Centro de Estudios Teológicos. En los inicios de un nuevo curso invocamos al Espíritu Santo para que realice en nosotros las maravillas de un nuevo Pentecostés. En esta mañana, alumnos y profesores, con el Obispo, sucesor de los Apóstoles, y con María la madre de Jesús, que nos mira con ternura, en comunión con el sucesor de Pedro, unidos por los lazos invisibles de la misma fe, reproducimos la comunidad apostólica reunida en el Cenáculo a la espera del Espíritu Santo.

Pedimos al Espíritu de Jesús que venga y permanezca con nosotros, que inflame nuestros corazones con el fuego de su amor, que nos dé Espíritu de sabiduría, de entendimiento, de ciencia y de consejo, de fortaleza, piedad y temor de Dios, que riegue nuestras vidas con el suave rocío de su venida. Lo pedimos en primer lugar para los profesores, llamados a trasmitir la doctrina de Cristo, en comunión con la Iglesia, depositaria e intérprete de la revelación, de modo que nuestros seminaristas, diocesanos o religiosos, sean un día maestros de la verdad que salva, y los alumnos laicos puedan anunciar con solvencia y audacia a Jesucristo en los ambientes en los que su vida se entreteje. Pedimos que venga el Espíritu Santo sobre los formadores de nuestro Seminario o de los centros de formación de religiosos, que han recibido el encargo de la Iglesia de forjar el corazón sacerdotal de los aspirantes al sacerdocio. Pedimos que venga el Espíritu Santo sobre nuestros seminaristas, llamados por el Señor a entregarle la vida en el sacerdocio ministerial al servicio de los hermanos y que son el futuro y la esperanza de sus institutos religiosos y de nuestra Iglesia diocesana, abierta a las necesidades de la Iglesia universal. Lo pedimos también para los alumnos laicos que se forman en nuestras aulas.

Pedimos al Espíritu que venga y se quede con nosotros, para que nos recuerde a todos la Palabra perennemente actual de Jesucristo, para que nos desvele el sentido más profundo de esta Palabra que salva, que nos cambia y nos transforma. Pedimos al Espíritu de amor, que infunda en los profesores y en los alumnos de nuestro Centro de Estudios el amor de Jesús, para que vivamos la comunión de corazones y nos amemos unos a otros como Él nos ha amado. Pedimos al Espíritu de piedad, que encienda en nosotros un verdadero anhelo de santidad.

Un número notable de los alumnos de nuestro Centro son aspirantes al sacerdocio diocesano o religioso. A nuestro Centro de Estudios Teológicos le corresponde una parte considerable de la formación de nuestros seminaristas. Anteayer lunes leíamos en el Oficio de Lecturas el capítulo 34 del profeta Ezequiel, en el que Dios abomina de los malos pastores, porque no cumplen el encargo recibido, porque buscan su propio interés, dispersan a las ovejas, no las cuidan ni las alimentan y se aprovechan de su lana y de su leche. Por ello, decide pastorear Él mismo a su pueblo y darle pastores según su corazón. Dios cumple esa promesa en Jesucristo, su Hijo, verdadero y único sacerdote, que viene al mundo a buscar y a salvar las ovejas perdidas de la casa de Israel. A Jesucristo, Buen Pastor, no le importa recorrer caminos tortuosos y llenos de barro, o atravesar áridos valles, ni la lluvia ni el sol abrasador, ni dejarse la vida hecha jirones buscando las ovejas. Él es el Buen Pastor, que conoce a las suyas y ellas le conocen, las llama por su nombre y ellas le siguen.

Dios busca pastores así, pastores capaces de sintonizar con el corazón de Cristo, dispuestos a dar la vida por las ovejas; pastores que no buscan su interés, sino el provecho de las ovejas; pastores que salen al encuentro de cada persona, para anunciarle la verdad y llevarle a la salvación. La Iglesia necesita estos pastores. En un mundo como el nuestro, en el que la increencia, el agnosticismo y el ateísmo militante, avanza con una velocidad de vértigo; en una coyuntura como la nuestra en la que Dios ha desaparecido de la perspectiva vital de tantos hermanos nuestros; en esta hora en la que como consecuencia de la secularización interna de la Iglesia, en tantos casos se han difuminado los verdaderos perfiles del  pastor según el corazón de Cristo, la Iglesia necesita la presencia alegre, vigorosa y firme de pastores enamorados de Jesucristo y de su sacerdocio, dispuestos a entregar la vida por las ovejas sin condiciones, mermas ni recortes.

Queridos hermanos sacerdotes, queridos profesores, queridos seminaristas: No es tiempo de medias tintas ni componendas. En absoluto merece la pena una vida sacerdotal lánguida y secularizada. El mundo de hoy necesita más que nunca la presencia, la palabra, el perdón y el consuelo de Dios, que le llega por medio de sus sacerdotes, cuando estos viven sintonizando con el corazón de Cristo. Este debe ser nuestro estilo sacerdotal y este debe ser el norte de la acción formativa no sólo del Seminario, sino también de nuestro Centro de Estudios Teológicos. Yo os agradezco, queridos profesores, el trabajo arduo de cada día en vuestro servicio a esta porción tan importante de la viña del Señor. Sed siempre para vuestros alumnos modelos de vida y espejos en los que puedan mirarse. Que vuestro estilo de vida, así como vuestra enseñanza, sean para ellos un manantial constante de edificación. Sed modelos también de amor a Jesucristo y a la Iglesia para las religiosas y los alumnos laicos, desterrando cualquier atisbo de desafecto eclesial.

En vísperas de la inauguración del Año de la Fe, formadores, profesores y alumnos vamos a renovar la profesión de fe rezando el Credo Apostólico ante el Arzobispo, sucesor de los Apóstoles. Con ello confesamos explícitamente que no hay fecundidad verdadera en la formación de los seminaristas, de los religiosos o de los laicos cristianos sino se hace desde la comunión profunda y cordial con la Iglesia y con el Sucesor de Pedro, no sólo en las doctrinas definidas como dogmas de fe, sin también aquellas que pertenecen al Magisterio ordinario y universal y que exigen de nosotros un asentimiento interno, cordial y por motivos sobrenaturales. Se pide de nosotros en definitiva una comunión profunda en la fe, en la disciplina y en la doctrina que enseñamos en nombre de la Iglesia y que un día estos seminaristas, ya sacerdotes, habrán de proponer a los fieles con la autoridad de Cristo. Esta es la comunión que edifica a la Iglesia y produce frutos de vida cristiana, comunión que nace del amor a Cristo y del amor fraterno, que debe estar presente en las aulas, en la convivencia de cada día en nuestro Centro en el curso que hoy inauguramos, y que es don del Espíritu Santo al que en esta mañana y siempre invocamos.

Antes de concluir quisiera subrayar algunos aspectos de la misión del teólogo explicitados por el Papa Benedicto XVI en una célebre homilía dirigida a los miembros de la Comisión Teológica Internacional el 6 de octubre de 2006. En ella, el Papa invitó a este grupo de teólogos eminentes a “buscar la obediencia a la verdad y a no desvirtuar su quehacer buscando el aplauso, diciendo cuanto los hombres quieren escuchar y obedeciendo a la dictadura de las opiniones comunes, todo lo cual –dice el Papa- es “una especie de prostitución de la palabra y del alma". La virtud fundamental de los teólogos, es la obediencia a la verdad, que les hace “colaboradores" y "bocas de la verdad". El teólogo debe entrar en un camino de purificación, renunciando a su propia palabra, para que su voz sea “solo instrumento mediante el cual Dios pueda hablar y de esa forma Dios sea realmente no el objeto sino el sujeto de la teología". Para ello, ante la locuacidad del tiempo que nos ha tocado vivir, el teólogo necesita de la oración, “el silencio y la contemplación que sirven para hallar en la dispersión de cada día la unión profunda y continua con Dios y el encuentro con su palabra redentora".

No debo terminar sin dar la más cordial bienvenida nuestro Centro de Estudios Teológicos a los seis primeros alumnos del Seminario Diocesano Redemptoris Mater “Nuestra Señora de los Reyes”, recién erigido, y a su Rector. Os recibimos con los brazos abiertos como una institución plenamente diocesana y muy querida. Dirijo también una palabra llena de afecto a los alumnos laicos de nuestro Centro, que según un documento reciente de la Congregación para la Educación Católica, trata también de “promover la formación religiosa de los laicos y de las personas consagradas, para una más consciente y activa participación de los mismos en las tareas de evangelización en el mundo actual, favoreciendo también la asunción de empeños profesionales en la vida eclesial y en la animación cristiana de la sociedad; preparar a los candidatos para los diversos ministerios laicales y servicios eclesiales; y cualificar a los docentes de religión en las escuelas de diferente orden y grado”.

También para ellos pedimos la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Pedimos que los alumnos laicos descubran en las aulas la fuerza misionera de su bautismo y tomen conciencia de que han sido configurados con Cristo sacerdote, profeta y rey, por medio del sacerdocio común del Pueblo de Dios. Por ello, tienen que sentirse corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio, en comunión con sus pastores, llevando a todos los ambientes con entusiasmo y audacia, el mensaje de Jesucristo y haciéndolo presente sin miedos ni complejos. Mientras invocamos al Espíritu para que nos asista y acompañe a lo largo de este curso, ponemos nuestros anhelos, proyectos y esperanzas en las manos maternales de la madre del Señor y madre nuestra, Santa María del Buen Aire. Que ella bendiga a nuestro Centro de Estudios, nos aliente a todos en las tareas que hoy iniciamos y haga que esta institución depare a la Iglesia en este curso muchos frutos académicos, sobrenaturales y apostólicos. Así sea.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla.


+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

 

 

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